Reflexiones después de la jornada laboral
Escribir "es como descubrir que uno pensaba que necesitaba la ceremonia del té por la cafeína, cuando lo que de verdad necesitaba era la ceremonia del té".
Cuando empecé The Buendía Post en septiembre ya sabía que publicaría tanto en inglés como en español (o castellano, como decimos en Venezuela). Pienso y sueño en las dos lenguas, y aunque sigo prefiriendo el español, la vida diaria, las obligaciones laborales, y mis hábitos mediáticos y de lector me han hecho vivir gran parte de los últimos veintiocho años en inglés.
Decidí no anunciarlo desde el principio porque… La verdad no sé por qué. No he seguido los consejos que dan para “tener éxito” publicando algo como The Buendía Post: preguntarse quién será la audiencia, imaginar qué propuesta de valor se les va a ofrecer, satisfacer esas expectativas, escribir con frecuencia y consistencia, etcétera. Mi actitud consistió (y creo que va a consistir por algún tiempo) en “como vaya viniendo, vamos viendo”.
Decidí empezar en inglés (el idioma más difícil para mí) y con la crónica (un género que he practicado poco pero que me gusta mucho). Quería combinar lo fácil con lo difícil: un género que podía disfrutar con la lengua que me iba a dar más trabajo. Pensé que era una buena forma de calentar los motores, de mover mis músculos escriturales agarrotados por el desuso y la desidia. Mi único objetivo era escribir para derrotar la inercia, o más bien, para cambiar mi inercia del reposo al movimiento. Empezar a escribir era el empujón inicial para cambiar mi estado.
Lo que no me imaginaba (lo que no sabía imaginarme) era que lo iba a disfrutar tanto. Sí, es trabajo extra encima de mi trabajo a tiempo completo, pero el goce de escribir se ha convertido en mi única forma de compensación. “Writing is its own reward”, dicen que dijo Henry Miller; yo prefiero la versión más elaborada de Anne Lamott, que alguna vez registré en una nota (del libro Bird by Bird; no anoté el número de página, y soy demasiado haragán para buscarla):
Escribir nos da tanto, nos enseña tanto, nos sorprende tanto. Eso que uno se obliga a hacer —el acto mismo de escribir— resulta ser la mejor parte. Es como descubrir que uno pensaba que necesitaba la ceremonia del té por la cafeína, cuando lo que de verdad necesitaba era la ceremonia del té. El acto de escribir resulta ser su propia recompensa1.
Escribir sin inhibiciones puede ser una de las formas más plenas de la felicidad. Genera la energía que requiere. Crea las ideas que la alimentan. Completa los argumentos que entrevemos. Organiza el caos que nos intimida. Escribir es informar nuestra experiencia del mundo. Si no sirve para más nada, ha de servir por lo menos para navegar el río de la existencia sin hundirnos en las aguas fangosas de los acontecimientos cotidianos.
“Writing has so much to give, so much to teach, so many surprises. That thing you had to force yourself to do — the actual act of writing — turns out to be the best part. It’s like discovering that while you thought you needed the tea ceremony for the caffeine, what you really needed was the tea ceremony. The act of writing turns out to be its own reward.”