Final de viaje (2): Historia de una falsificación
El cuento de un cuento falsamente atribuido a Julio Cortázar y publicado en una revista venezolana en 1994. Segunda parte: Callado elabora un cuento sobre cómo encontró el supuesto relato de Cortázar.
Parte 1: La reputación de un falsificador.
—Principio de la Parte 2—
La procedencia del relato
Callado no sólo escribió el cuento apócrifo. También inventó una historia para justificar su existencia. Esa historia tomó la forma de una “Introducción al cuento inédito de Cortázar” que Callado publicó en el mismo número de Brújula1. En ella explicaba cómo, a diez años de la muerte de Cortázar, el editor había “tenido la fortuna de descubrir un relato inédito escrito de forma espontánea por la mano del gran maestro del género más exigente de la literatura después de la poesía”.
La fábula escrita por Callado puede resumirse así: en febrero del 94, un funcionario sin nombre del CELARG lo habría llamado para decirle que había encontrado “un documento interesante que puede aumentar aún más el prestigio de tu revista”. Callado salió de inmediato de Las Mercedes hacia la sede de la fundación en Altamira. El supuesto funcionario lo recibió, le ofreció un marroncito (¿para qué Callado incluye estos detalles?2), y lo llevó a la sala de archivos. En una mesa estaba una carpeta verde con pestañas de colgar; una etiqueta en la cubierta decía: “Taller de Cuento con Julio Cortázar. Abril de 1982”. El funcionario la abrió y le mostró la convocatoria, una lista de participantes, y tres fotos del evento: una foto de grupo de Cortázar con los talleristas, todos por lo menos una cabeza más bajos que él; otra donde Cortázar hablaba frente a un podio mientras parecía trazar arcos en el aire con las manos; en la tercera Cortázar estaba sentado escribiendo a mano mientras los talleristas se inclinaban a ver lo que escribía.
“—Adivina qué estaba escribiendo”, le preguntó el funcionario a Callado.
“—Ni idea. ¿Sus ideas principales sobre el cuento?
“—No. Estaba escribiendo un cuento. ¡Estaba improvisándolo!
“—No me jodas. No puede ser.
“—¡Pues fue! ¿Recuerdas lo que decía Cortázar de que escribir es como tocar jazz? Un joven bien bruto le preguntó qué quería decir con eso, y Cortázar trató de explicárselo, pero el carajito no entendió. Insistió que cómo se comía eso, y Cortázar, tú recuerdas lo gentil y buena gente que era, como que le dio pena ajena y ofreció demostrárselo. Le trajeron un papel, y ahí es donde lo ves en esta foto.
“—¿Y?
“—Preguntó quién tenía un título, y una muchacha nada tímida dijo ‘Final de viaje’, y él lo escribió en el papel. Le preguntó a la muchacha qué tipo de viaje era, adónde iba, y la muchacha le dijo Tucacas, de vacaciones. Cortázar preguntó qué era y dónde estaba y cómo se llegaba desde Caracas, y tomó notas de lo que le dijeron. Le preguntó a la muchacha con quién viajaba, de dónde salían, cosas así, y la muchacha dijo que con el novio, de Santa Mónica, que su apartamento que era así y asao, etcétera etcétera. Cortázar se puso a escribir, y terminó el cuento como en noventa minutos.
“—No puedo creerlo. ¿Cómo sabes tú eso?”
“—Mira la foto otra vez. El muchacho que está a la izquierda de Cortázar con la camisa azul”.
“—¡Coño, eres tú!”
“—Sí. ¡Yo era el joven bruto que no entendía!”
Callado continúa el diálogo con pocos detalles nuevos —y con más signos de admiración de lo necesario— hasta que su mentira toma forma. Su procedimiento es simple y no falto de ingenio3: el personaje Callado expresa el escepticismo que anticipa en las lectoras, y el personaje del funcionario ofrece explicaciones verosímiles que apoyan la autenticidad del relato. En la versión de Callado, Cortázar habría leído el cuento en voz alta y recibido aplausos, el joven bruto habría entendido la lección por el resto de su vida, y todos se habrían ido del taller sin preguntarse qué iba a pasar con esas páginas escritas por un miembro del boom. El muchacho no se habría hecho la pregunta hasta doce años más tarde, cuando había empezado a trabajar en el CELARG y se detuvo frente a una puerta que decía ARCHIVOS. Después de una búsqueda por autores y otra por fechas, ambas infructuosas, el funcionario habría escudriñado el año 1982 de la sección “Talleres”, y ahí lo habría encontrado: el cuento que Cortázar había improvisado como una pieza de jazz hace doce años, “escrito en tinta púrpura de su puño y letra”. Y se lo había dado a Callado.
Ahorraré a las lectoras la profusa autocomplacencia de los últimos cuatro párrafos de Callado, dedicados a la promoción de su ego y a la fanfarronería. Con verborrea inclemente se daba crédito por reconocer el valor del manuscrito, y se preciaba de publicar el “tercer texto inédito de Cortázar y el primero publicado en ocho años”4. No revelaba nada más.
Esa carencia de revelaciones es lo que nos impide creer en la veracidad de la introducción. Si el valor de un manuscrito inédito consiste en su autenticidad, ¿por qué Callado omite la evidencia que tenía para verificarla? Callado menciona tres pruebas que habrían permitido legitimar el documento: el testigo que lo encontró, el texto “escrito en tinta púrpura”, y las fotografías del evento. Callado los ignora todos. No identifica al funcionario, no publica una reproducción del manuscrito, y no comparte las fotos del evento. Nos pide que tengamos fé en su palabra, pero no da razones para creer que actúa de buena fé. Ni siquiera explica o justifica la falta de pruebas.
Las omisiones de Callado deberían ser suficientes para descreer de su historia. Pero quiero ofrecer dos piezas de evidencia circunstancial para fortalecer el caso en su contra.
La primera viene de mi memoria. Recuerdo con claridad el volante de la convocatoria para el evento de Cortázar en el CELARG, porque lo dejé en la cartelera de corcho que tenía en mi cuarto hasta que me mudé en 1987. No pude asistir al evento, ya no recuerdo por qué, pero recuerdo lo que decía el aviso. Invitaba al público lector a una charla sobre el cuento dictada por el gran escritor argentino. Mencionaba que era la única oportunidad de ver Cortázar en el CELARG antes de su conferencia sobre literatura en el Aula Magna de la UCV. No decía nada sobre un taller de cuentos.
El segundo testimonio viene del doctor en literatura Oscar González Barreto, profesor de literatura latinoamericana en el St. Thomas Aquinas College en Sparkill, Nueva York. Él sí asistió al evento. Así me lo contó en 1985, cuando nos hicimos amigos y vio la convocatoria en mi cartelera. Hace poco le pedí que contara su experiencia por escrito, y Oscar me mandó un email reiterando lo que ya me había dicho muchas veces. La charla en el CELARG fue una decepción, pero el encuentro con el escritor fue fabuloso:
Cortázar se limitó a repetir la analogía entre el arte de narrar y el arte del boxeo que ya había usado antes. Tú sabes: la novela se gana por puntos, el cuento se gana por nocaut. Yo ya la conocía, así que para mí no dijo nada sorprendente. Pero escucharlo fue fascinante de todos modos. Cortázar era una personalidad, no sólo un escritor, y también era un gigante, tanto física como intelectualmente. Escucharlo era descubrir una vida inmersa en la literatura y medida por ella. También recuerdo que mencionó la revolución cubana y hubo algunos gruñidos, pero la mayoría le dio (o le dimos) el aplauso más largo y más ruidoso de la noche, porque en ese entonces la gente todavía andaba aplaudiendo esa vaina.
Pero el cuento de Callado es un invento. No hubo un taller para escritores y Cortázar no escribió nada. Tampoco volvió a presentarse en el CELARG, y lo sé porque yo también fui a verlo el día siguiente en el Aula Magna y en toda presentación pública que hizo en esa visita de 1982. Tú sabes cómo era yo con Cortázar en ese entonces. Un groupie, como se dice por estos lares.
Hasta ahora, hemos explicado dos de los factores que nos hacen creer que “Final de viaje” es un cuento apócrifo: Callado era un conocido falsificador y un aranero rutinario, y no existe ningún documento que acredite la atribución a Cortázar. Sólo tenemos la palabra de Callado, y la palabra de Callado no vale nada.
Incluso sin considerar la reputación de Callado y la falta de pruebas para la atribución, una lectura analítica basta para convencerse de lo que debería ser visible para cualquier lectora crítica: el cuento no puede haber sido escrito por Cortázar porque el estilo no es cortazariano. Es verdad que repite algunos rasgos argumentales de “El río” y algunas técnicas de “La isla a mediodía”, entre otros, pero es claro que se trata de una imitación intencionada, no de las variaciones naturales de un autor en pleno uso de su repertorio técnico.
Invito, pues, a leer el cuento atribuido a Cortázar en la próxima entrega de esta serie. A leerlo con cuidado. Que cada quien decida si le parece que fue escrito por Cortázar o no.
—Fin de la segunda parte—
Parte 3: “Final de viaje”, el cuento apócrifo.
La introducción —o ficción— de Callado está en las páginas ocho y nueve, y es más larga que el cuento apócrifo de Cortázar, que en las páginas 10 y 11 es acompañado por un dibujo que supuestamente lo representa.
Sólo después de terminar el cuerpo del ensayo se me ha ocurrido una respuesta. Callado incluye el marroncito, la carpeta verde, la tinta púrpura, para crear lo que Roland Barthes llamaba “el efecto de lo real”, la ilusión de que lo que contaba era verdad y no una fabricación. Callado incluyó esos detalles precisamente porque estaba mintiendo. Sabía que su historia carecía de veracidad, así que se concentró en la verosimilitud, o por lo menos en la versión de verosimilitud que nos es conocida desde los tiempos de Flaubert.
Creo que Callado sacó la idea para su diálogo de la alegoría de la caverna. Nos consta que la había leído hace poco, y que esa lectura lo había hecho pensar en el diálogo como un instrumento de persuasión. En el mismo número de la revista en que salió “Final de juego”, Callado publicó una nota del editor titulada “La caverna de Platón” (pág.3). Aunque de lectura engorrosa, Callado logra más o menos proponer una tesis clara: “Platón exilió a la poesía de su República porque la calificó de inútil. Pero Platón utiliza el diálogo entre Sócrates y Glaucón, puntuado por preguntas y lleno de poesía, para persuadirnos de que tiene razón. En el diálogo Platón tiene que usar metáforas para explicar la diferencia entre el mundo sensible y el mundo inteligible. Platón no se da cuenta de que él mismo usa la poesía para conectar imágenes del mundo sensible con el mundo inteligible, es decir, usa el conocimiento intuitivo de la poesía para iluminar el conocimiento verdadero de la filosofía”.
Callado parece aludir a Divertimento y El examen, las dos novelas que Cortázar escribió en 1949 y 1950, y que se publicaron póstumamente en 1986.