Final de viaje (1): La reputación de un falsificador
El cuento de un cuento falsamente atribuido a Julio Cortázar y publicado en una revista venezolana en 1994. Primera parte: La historia de un editor que inventaba autores.
“Final de viaje”, el cuento que aquí compartimos, fue atribuido a Julio Cortázar y publicado en el número final de la olvidada revista Brújula en 19941. No cabe duda de que es una falsificación. Basamos esta imputación en tres factores: la identidad del editor de la revista, la dudosa procedencia del relato, y el estilo mismo del cuento.
La identidad del editor
El editor de Brújula —o jefe de redacción, como también fue acreditado en siete de sus treinta y un números2— fue el infame seudopoeta Pedro Pablo Callado, que de callado no tenía nada, pues dedicó su vida a dar griticos desesperados para que lo notaran.
Nadie desconoce su reputación de imitador, falsificador, y resentido. Su muerte en las cárceles chavistas3 ya ha sido discutida hasta el hartazgo en las redes sociales. Predeciblemente, los que no lo conocieron lo han presentado como otro ejemplo de la crueldad del régimen con los intelectuales, del desprecio oficial por cualquier continuidad cultural previa a Chávez. En Twitter y en Facebook, sus contemporáneos prefieren recordar al oportunista que siempre fue: al masista4 que se entregó en cuerpo y alma al chavismo cuando su militancia le aseguraba un presupuesto copioso en los órganos culturales chavistas, al psuvista5 defenestrado que denunció la revolución sólo cuando el fin del boom petrolero lo privó de sus prebendas y su Rolex6. A mí me lo presentaron en el viejo Ateneo de la Plaza de los Museos, en 1992 ó 93, cuando él pasaba de los treinta y cinco. Los que lo conocimos no olvidamos la figura con boína azul marino y chaleco de lana y satín que posaba como intelectual en el café del Ateneo; menos lo olvidan las ateneístas que en ese entonces eran adolescentes, entre quienes su fama de baboso profesional era bien conocida y mejor ganada7.
El caso es que a Callado ya lo habían denunciado dos escritores —uno colombiano, otro argentino— en 1990 por atribuirles autorías de textos que ellos no habían escrito. Callado tuvo que disculparse públicamente. Después del acto de contrición, el autor colombiano, que se preciaba de ser un mamador de gallo, declaró8: “Ya hay muchos que me imitan, pero Callado es el peor de todos: la mayoría lo hace mal para encontrar contratos editoriales y crear ventas, pero él lo hace bien sólo para llenar páginas de una revista que nadie conoce”.
Aún después de ese escarnio público, Callado insistió en publicar sus propios poemas por dos años más. No lo detuvieron las críticas regulares de Luis Antonio Parodi, poeta y director de la revista Imagen, quien lo llamaba “el peor imitador de Neruda” —sin duda motivado por su propia reputación de ser el mejor imitador de Neruda en Venezuela— y quien luego sería su compañero de ruta en las instituciones culturales chavistas. (¿Quién no recuerda lo que Parodi afirmó en su texto laudatorio de Chávez9: “Chávez no sólo fue un gran poeta latinoamericano, sino uno de los mejores. Hoy por hoy, Venezuela resplandece como su obra maestra, y no dudo en considerarla superior al Canto General de Neruda”.)
Fue José Ignacio Cabrujas quien lo redujo al silencio autorial en 1991, por lo menos hasta que las sinecuras del chavismo le restituyeron la confianza doce años más tarde10. En un ensayo ahora olvidado11, Cabrujas condenó la mediocridad de la literatura venezolana después de Rómulo Gallegos, profirió juicios generales (ni poetas ni narradores habían producido una obra mayor desde Doña Bárbara; el país no había tenido ni una figura menor entre las estrellas del boom latinoamericano), y se guardó de no mencionar a nadie por nombre. Excepto a Callado: “Pablo Pedro (sic) Callado es el emblema del carácter segundón de la literatura venezolana contemporánea: quiere tanto ser como los escritores que admira, que lo único que sabe hacer es imitarlos. Pero si trata de decir algo en su propia voz, el apellido le sienta bien: se queda callado”.
Y callado se quedó. O por lo menos, dejó de firmar lo que escribía. Por tres años continuó publicando en Brújula autores conocidos, algunos de renombre, y otros desconocidos, en el sentido de que nadie los conocía en persona ni sabía quiénes eran. Eso me lo contó en 1993 el periodista Ramón Navarro cuando nos encontramos por casualidad en la librería Suma, que quedaba en el Boulevard de Sábana Grande y cerró en el 2018. Navarro —que entonces andaba cubriendo cultura, antes de que se pasara por completo a deportes— me dijo que estaba trabajando en un reportaje sobre posible corrupción en la gerencia de Brújula. Según él, a los autores conocidos y renombrados les pagaban en cheque, pero los desconocidos cobraban en efectivo; el dinero desaparecía cada mes del presupuesto de la revista y no había cheques ni depósitos que verificaran la transacción. Ninguno de ellos había visitado jamás la sede de la revista, así que no se sabía cómo recibían los pagos registrados en la contabilidad de Brújula. La única explicación posible: Callado les llevaba el dinero. Si es que existían.
Navarro nunca publicó el reportaje —no llegó a recibir el libro de cuentas que alguien le había prometido— pero el rumor siguió circulando hasta que se convirtió en ruido y, en 1994, el CONAC le retiró el presupuesto a la revista.
La mayoría supuso —a mí no me cabe ninguna duda— que Callado siguió escribiendo textos apócrifos de autores inventados; así se evitaba las inconveniencias de imitar a autores reales que podían denunciarlo. ¿Por qué arriesgarse, entonces, a atribuirle un cuento a Cortázar? Es verdad que se exponía menos: Cortázar no podía denunciarlo. Pero la fama de Cortázar como gran cuentista y la de Callado como falsificador parecían destinarlo a atraer el escrutinio de la comunidad lectora, y tal vez su condena.
Yo creo que era precisamente eso lo que esperaba. Era el último número de la revista y Callado sudaba resentimiento contra sus críticos, a quienes acusaba de conspirar para dejarlo desempleado. ¿Qué mejor acto de desprecio que restregarles en la cara un texto apócrifo de un maestro latinoamericano? Que discutieran y hablaran de él. Que lo juzgaran y condenaran. Así por lo menos no lo ignoraban.
Si en efecto deseaba esa respuesta, lo que encontró más bien fue decepción. El último número de Brújula fue impreso y llevado a la sede de la revista en Las Mercedes, pero el CONAC nunca le dio el presupuesto para distribuirla, y a esas alturas los libreros habían perdido el entusiasmo por venderla. Así que las cajas llenas de copias se quedaron en su oficina de editor, y el piso fue alquilado a una editorial de revistas corporativas dirigida por Fausto Masó.
Así murió Brújula, y así desapareció su último número. Hasta que encontré una copia en el Café Bolívar. Quién sabe qué accidentes habrán llevado la copia que ahora tengo en las manos a un café venezolano en Los Ángeles, y qué manos la habrán dejado en sus estantes abarrotados de libros.
—Fin de la primera parte—
Parte 2: Historia de una falsificación.
“Final de viaje: cuento inédito de Cortázar”, Brújula, Caracas, domingo 24 de abril de 1994, págs. 10-11. Encontré una copia hace poco en el Café Bolívar, una arepera venezolana en Santa Mónica cuyo dueño, José Carvajal, es amigo mío. La copia estaba en uno de los estantes de libros latinoamericanos —todos donados— que el café ha tenido desde que abrió, entre la versión en inglés de Yo el Supremo y la traducción al español de Doña Flor y sus dos maridos. Era la única revista entre tanto libro. Le pregunté a Joseíto cómo la había conseguido, pero él no sabía. Explicó que él nunca había monitoreado quién donaba qué, y que había aceptado donaciones hasta que los anaqueles se habían llenado. Sólo intervenía para identificar los títulos duplicados y donarlos a la librería pública local.
Uno de los hermanos Villegas, no recuerdo cuál, es la única otra persona que aparece en los créditos de todos los números de la revista. O casi todos, pues no aparece en el último. Que yo sepa, era miembro del Consejo Editorial, y a veces editor asociado, pero nunca publicó ni firmó nada. Es bien sabido que se enchufó al apparat chavista desde el principio, y parece ser el funcionario que le abrió las puertas del templo a Callado. También fue el que se las cerró en la cara.
Callado había estado en la lista de presos de conciencia de Amnistía Internacional desde el 2017.
Militante del partido socialista-demócrata MAS, Movimiento Al Socialismo, fundado por un grupo de activistas que se separó del Partido Comunista al rechazar la línea soviética del PC venezolano.
Militante del PSUV, Partido Socialista Unido de Venezuela, fundado por Hugo Chávez en 2007 para fusionar los grupos políticos que lo apoyaban y participaban en su gobierno.
En julio del 2015, Callado publicó una editorial en Todas Cuentan (un semanario cultural dirigido por él y financiado por el Ministerio de la Cultura, con un presupuesto en dólares tan generoso que habría bastado para publicar cinco revistas más) en que defendía la idea de publicar una edición especial de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, llamándola “la primera novela latinoamericana”. (Callado no aclaró que esa idea no era suya ni citó la fuente). El ministro de cultura lo criticó, arguyendo que el libro de Bernal no coincidía con el objetivo socialista de “romper con la hegemonía colonial impuesta en los libros desde hace 1592 (sic)”.
Una semana más tarde, Callado escribió otra editorial defendiendo la idea. En una entrevista en VTV, Maduro intervino: “Yo sé, y ese conocimiento me viene del alma, de los sueños, de la naturaleza que me habla, que al comandante eterno le da asco esa idea de Callado. Imagínense, ahora le parece que la barbarie del imperialismo tiene más genio que la liberación de los pueblos del yugo colonial. ¡Abajo cadenas!”. Callado perdió el trabajo tres días después, antes de que pudiera publicar otra editorial, y el Ministerio de Cultura cerró el semanario. En agosto, Callado ya estaba publicando artículos en Prodavinci contra las “ridículas políticas culturales” del gobierno. En octubre le abrieron un proceso por corrupción y emitieron una orden de captura. Evadió las autoridades por un mes, pero a fines de noviembre lo arrestaron cuando estaba tratando de salir del país en una avioneta llena de contrabando.
En 2005, cuando tenía 57 años y ya pertenecía a la élite chavista, una joven de 17 años lo acusó de violación. Recuerdo haber leído la noticia en Tal Cual Digital, y luego un comentario de Teodoro Petkoff al respecto, en una editorial sobre la impunidad de los funcionarios chavistas. Si algo más se publicó sobre el caso, no lo leí. Lo cierto es que nada pasó, y Callado siguió gozando de los favores del régimen hasta que se le ocurrió la idea de sacar una edición especial del libro de Bernal.
“La guayaba amarga”, Papel Literario, El Nacional, 8 de octubre de 1989, pág.1.
“Hugo Chávez: el Whitman venezolano”, revista Espejo, 8 de marzo de 2013, pág.3.
En el 2003, afiliado al chavismo y enchufado al gobierno, Callado consiguió dólares preferenciales para publicar un poemario llamado Agua helada. No recuerdo el nombre de la editorial, que él mismo se inventó. En el 2004 fui a ver una charla de Guillermo Sucre —quien había sido invitado por el Departamento de Literatura Comparada de UCLA— y le mencioné el poemario. Le pregunté si el título tenía algo que ver con Agua quemada, de Carlos Fuentes. El poeta sonrió y dijo que no, Callado no imitaba a narradores. Ahora le había dado por imitar a Rafael Cadenas, pues andaba en una fase nacionalista.
“Esta tierra sin gracia”, Papel Literario, El Nacional, 7 de julio de 1991, pág.4.
Sigh. Are we supposed to learn Spanish?